Que permite ver los objetos con nitidez a través de él. Que se deja adivinar o vislumbrar sin declararse o manifestarse. Claro, evidente, que se comprende sin duda ni ambigüedad. Son definiciones de la palabra transparente. Y tan importante esta actitud ciudadana como conducta de vida que se exige a los gobernantes transparencia en los actos de gobierno. Hace más de una semana, desde que salió sorpresivamente a la luz que en la vacunación contra el coronavirus, hubo privilegiados, el escándalo no ha cesado todo el país y ha trascendido las fronteras.
El 19 de febrero pasado, el periodista Horacio Verbitsky contó que se había comunicado con el entonces ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, con quien mantiene una relación de amistad, para que le pusieran la vacuna contra el coronavirus. El hecho desencadenó la renuncia del funcionario y días después, el Gobierno nacional se vio obligado que difundir un listado de “vacunados VIP”, y algunos gobernadores también admitieron que ellos también habían incurrido en esa práctica deplorable.
El amiguismo, tan habitual, no solo en nuestra sociedad, ha generado la indignación de una parte de la ciudadanía, porque puso de relieve una vez más los privilegios que gozan los allegados al poder de turno. La indignación se potenció en otros países latinoamericanos porque en una gran cantidad de ellos no hay vacunas suficientes para inmunizar a toda la población y se desplazó a sectores que debían tener prioridad como los de la salud, la docencia y, especialmente, los adultos mayores.
Esta práctica, por más común que sea a lo largo de nuestra historia, expresa una falta de ética. Aquella popular frase: “hay hijos y entenados” muestra que los argentinos hemos naturalizado esa inequidad. Para muchos conviene tener conocidos en el poder para eludir una multa, para conseguir un trabajo. El “hacete amigo del juez, no le dés de qué quejarse; y cuando quiera enojarse vos te debes encojer, pues siempre es güeno tener palenque ande ir á rascarse”, del “Martín Fierro”, poema que José Hernández escribió en la segunda mitad del siglo 19, pinta la idiosincrasia del argentino.
En nuestra edición del domingo, la periodista y doctora en Ciencias Sociales, Adriana Amado, señalaba que la pandemia trajo algo que no teníamos en cuenta en los casos de corrupción anteriores, que es la vida o la muerte. “Lo dramático con esto de las vacunaciones es que queda claro que la vacuna que se coloca a un político no se la dan a un enfermero o a tu padre, es como que el robo se corporiza. Dan Ariely, psicólogo, dice que todos tenemos una cuota de deshonestidad y, en la medida en que es abstracta, no nos sentimos deshonestos. Por eso nos llevamos la lapicera de un hotel. Pero, cuando se materializa el robo, es más difícil sostenerlo y, en ese sentido, creo que estamos ante un antes y un después de la conciencia de la sociedad con relación a la administración de la cosa pública”, dijo.
El hecho de que en otros países los privilegios de los que gozan los amigos del poder sean también frecuentes -un ex presidente francés, de 66 años, ha sido blanco de críticas por haber sido inoculado cuando no correspondía- no significa que no sea censurable. Aunque la ley no sanciona como delito al amiguismo o, por ejemplo, al nepotismo, estas acciones no hacen más que debilitar la confianza ciudadana no sólo en la clase dirigente, sino en la democracia porque ponen además en evidencia que, en la realidad, no todos los ciudadanos somos iguales ante la ley. Las vacunaciones VIP no hacen otra cosa que generar la indignación en la sociedad.